lunes, 11 de enero de 2016

Y de repente, está ahí



Madrid. Una tarde de invierno, de esas que se hace de noche antes de que te des cuenta. Una calle medio vacía, coches, un edificio cuyas luces te llaman y te saben al hogar. Una silla de plástico entre un centenar de personas. Allí, a unos metros, un cartel y una violinista.
Y de repente, el mar. De repente escuchas su inmensidad, sientes su frío, su soledad, su vacío. Y sientes el abrumador peso de la Historia, sientes tu alma que se enrosca y se abre, sientes que el mar te devuelve la mirada. Sientes que estás ahí arriba, mar de hombres, donde Cristo perdió el sombrero. Y casi los notas a tu alrededor, los fantasmas de tus compañeros, esos que estuvieron y ya no están. Echándote una mano. Cobra. Cobra. Lasca. Y vuelves a sentir la cubierta bajo tus pies, duro acero cubierto de tela asfáltica, las botas que te bailan, la sal que salpica cuando rompe contra el costado. Demonios. ¿Cómo se puede estar tan vivo? ¿Hay algo que esté aún más vivo que esto?
El sol te seca la piel y sientes como te estira la sonrisa. Te pasas la mano por la cara y ahí está, el sudor mezclado con el mar y con la grasa. ¿Cuándo aprenderás a no mancharte? Da igual. Un compañero te lo apunta y os reís juntos. Esa risa, antes de que algo os haga salir corriendo a volver al trabajo es vida.
Y vuelves a estar ahí. Vuelves a dormir en la cuna de acero, a arrastrarte de la cama para caer sobre las botas y la faena, que se te pone sola. Vuelves a echarte agua para espabilarte, para poder entrar en el comedor con una sonrisa y, tal y como lo haces, escuchas los gruñidos y la alegría de volver a veros, de estar otro día vivos y empezarlo con ganas.
Y hay más. Y mientras el violín sigue, escuchas las noches de vigilancia en el puente, asomándote al costado solo con la luna, pensando en los que no están y te gustaría que estuvieran, pensando en esa persona especial, o que crees que es especial, que está ahí fuera, muy lejos. Y sientes la tierra que se aproxima, casi algo vivo, y vuelves a sentirte preparando las cosas en el sollado, eligiendo la ropa que te vas a poner. Y hueles la tierra, hueles la porquería del muelle y la comida de los restaurantes y el perfume de las mujeres y escuchas, en el violín, lo raro que os veis tus compañeros y tu vistiendo algo que no es el uniforme.
Demonios. Ayer, durante unos minutos infinitos, una violinista me devolvió el Mar. Y no sé como devolverle el favor.

lunes, 13 de abril de 2015

¡Curso!

Vas caminando de noche, pensando en tus cosas, cuando oyes ese grito en medio de una plaza. De un lado, un compañero cuyo nombre ni recuerdas , hace siete años aspirante a marinero igual que yo. Del otro un sargento bastante borracho y sorprendido. "Me suena de algo este tío...". Y de repente un abrazo, buenas noticias, ganas de alegrarse por el otro. Que maravilla. Cuanto une la miseria compartida, pero de que forma condiciona nuestra vida futura. En cualquier lugar de España, pero sobre todo cerca del mar, alguien que escuche ese grito sabe que tiene ahí a alguien en quien puede confiar. Más allá de la situación personal, de las circunstancias, de las relaciones. Es alguien que está ahí y tu estás para él, aunque ni os conozcais casi.
Es la familia que uno no elige, sino que le toca. Cuando un día os metieron a mogollón en un almacen y os vistieron, para que salierais todos iguales. Cuando os gritaron, cuando formasteis, cuando corristeis. Cuando pasasteis noches viendo llover, contandoos vuestra vida para recordar que aun erais humanos, no maquinas. Cuando os enseñaron que erais tan buenos como el peor de vosotros, cuando os enseñaron a callaros para que no castigaran al compañero, cuando os hicieron una brigada.

Y luego te sueltan al mundo y pasan cosas, y la vida sigue, y teneis novias, hijos, problemas, historias, estudios, trabajos, más problemas, y día a día vas siendo más "tu" y menos "nosotros". Hasta que de repente una noche, vas andando y escuchas ese grito y sientes unos brazos al cuello. Y sabes que da igual lo lejos que te vayas o lo perdido que estés, ahí tienes un hermano, de esos que no elegiste sino que te tocó, y te sientes lleno de alegria y de gratitud porque exista.

P.D: Dedicado a Santi Primero, que es el que las lia siempre. Y a Zeke, a Bifu, a Borja, a Dieter, a Patricio, a Jaime (que es una maquina), a Marco, a Glenis y sus amigas, a Nani y al resto de zocotrocos de cuyo nombre no me quiero acordar.

lunes, 23 de febrero de 2015

Y volví a oler el mar


El aire se te reseca en la garganta. Te pica la nariz, te despiertas tosiendo. Algo no va bien. Notas escamas en el lomo. ¿Qué será eso? Te miras en el espejo y hay arrugas que antes no tenías, aunque cuando sonríes sigue partiendose el rostro como un cristal al que golpea una piedra.
Hay un circulo rojo en el calendario que se aproxima a toda velocidad. No te acuerdas de lo que es. Y de repente estás en un coche y el petate está en el maletero y los kilometros vuelan mientras la conversación os abraza, os separa, os vuelve a encontrar. Es un duelo, es un baile, es la vieja canción de la amistad.

Y ahí está. El puente que se perfila de noche, las luces del nuevo, la grua portico del astillero al lado. Y no puedes sentirlo, aún no, pero ya lo ves y sabes que está ahí. El gran azul que lo envuelve todo, gigante de olas suaves que lame la orilla, presencia ominosa en la noche, sombra que abraza sombra. La vieja historia de los coches, las casas, los hombres. Y cuando tus botas se posan el viento te mueve el pelo, y la humedad te pellizca las mejillas como una abuela cariñosa. Y sabes que estás en casa.

Pasan historias. Hay canciones, hay gente, hay musica y comida y escenarios eternos. Y siempre está el azul ahí, mirandote por el rabillo del ojo, recordandote que está dentro de ti y tu estás dentro de él. El cielo y el mar se separan en nubes blancas, espuma blanca, espiritus blancos. Pero todo vuelve al azul y, a medida que el sol quema el horizonte, en malvas y negros hasta que la noche lo reclama todo, sientes su mirada intensa, profunda, paciente.  Y hay farolas y hay canciones y hay disfraces. ¿Y qué más da? Él está ahí, como lo ha estado siempre. Que sabe quien eres y que eres, como ni siquiera tu lo sabes. Y el que te trae, el que lo comparte contigo, el que lo vive, es tu hermano aunque no te conoce.
Este fin de semana volví a oler el mar. Volví a casa, aunque solo fuera un ratito.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Perdido lejos del mar


El tiempo pasa y el recuerdo de las olas deja un regusto amargo en el paladar. Noches pasadas en vigilia, pesados los parpados, tenso el mando. Los recuerdos se van perdiendo en la estela que queda, iluminada por una luna imposible de ver allí en tierra con tanta luz, incluso en la noche. Incluso en la noche...
El tiempo pasa y estás perdido, solo, asustado. ¿Qué fue de ti? ¿Donde está tu manada? Hace tiempo tenías manos duras que sabían a sal. Tenías faenas demasiado grandes que te bailaban y había bromas y gritos e insultos y sudor y cansancio. Hace tiempo... hace demasiado tiempo.

Ahora estás lejos del mar. Muy lejos. Y hablas por teléfono y manejas un ordenador y otro ordenador. A tu lado pasan galones muy grandes, que pesan mucho. Se toman decisiones muy grandes. La gente habla un idioma que no entiendes y una parte de ti, no pequeña, solo quiere volver a la vieja cuna de acero, a mecerte entre las olas y a escuchar cuentos desde la atalaya de tu sofá, parapetado detrás de un libro. A un tiempo más sencillo y a una gente más sencilla. A ser tu mismo, lo que quiera que eso signifique.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Marinos de despacho


Te los encuentras aquí y allá, con un galón o con otro. Parapetados en sus privilegios, presumiendo de su calidad de vida. Gente que lleva un uniforme sin saber lo que significa, que discute por el angulo que forma la mano en el saludo o el tratamiento correcto que se debe emplear. Marinos de la guerra de Gila, que han estado en un barco de visita, oficiales de manos delicadas, turistas belicos.
Ojo, no escribo esto como el Capitán Ahab. Pero hace apenas unas horas recibí una foto que me sacó una sonrisa. Un orto desde el bote hidrografico. Un compañero y un amigo me recordaba lo que era y es ser marino, y todos los recuerdos han vuelto a mi. El olor a gasoil de la maquina, con su run run diesel infatigable, los secos portazos de los sollados, el peso de las botas y la faena que te baila alrededor del cuerpo mientras haces tu circuito, del sollado al comedor y del comedor a la cubierta. La brisa fría en la cara que te devuelve la vida, y la risa de un compañero, el humo de su cigarro, los primeros juramentos, obscenidades, insultos.
Y las maniobras. La tensión de no saber si algo puede salir mal, el lanzarle una mirada a un compañero preguntandole y que él te lance una asintiendo, el ponerte el casco y el chaleco sabiendo a lo que vas. Los gritos, el esfuerzo... el trabajo en sí. Y una vez acabas meterte en el baño a lavarte las manos y sacarte el escozor en las palmas, el sudor que se te pega en la cara y mirarte al espejo, sabiendo que ha salido bien, al menos por esta vez. Y sonreírle al espejo, dandole gracias a quién quiera a quién le puedas dar gracias porque no hay nada que lamentar.
Eso no se aprende en una escuela. No se vive en una oficina. Quizás penséis que es una ventaja para vosotros el tener las tardes libres, el estar a decenas de guardias, el poder dormir cada noche con vuestra novia. Y probablemente tenéis razón. Pero para algunos de nosotros, la vida es una aventura que debe ser explotada, experimentada, saboreada. Vosotros no sabeis la... ¿amistad ? que se siente por una dotación con la que compartes sesenta días de trabajo, soledad y angustia, pero también de alegria, de satisfacción, de compañerismo. No tenéis el picor en las manos, la tensión en el cuello, el hambre de volver a salir, de volver a esforzaros, de volver a triunfar. Y cuando vuestros nietos os pregunten por donde navegasteis, contestaréis: "No no, navegar no. Pero viví muy bien".
Felicidades, oficinistas de uniforme. Gracías por recordarme quién y qué soy.

sábado, 26 de enero de 2013

Petroleo en la mar


Ha sido una semana dura. Una semana de desamores, una semana de tristeza, de soledad, de desencuentros. De amigos que se pierden y personas que mueren. De frío y dolor, de sacrificio y de esfuerzo, de sonrisas que pesan doscientos kilos.
Pero también ha sido una semana de destellos y alegrias. De recompensas al esfuerzo, de niños que nacen, de desconocidos que te brindan una sonrisa. Ha sido una semana de gloria y triunfo, porque ha sido la semana en que hemos vuelto a la mar.
Cuanta falta hacía. ¡ Y qué hermosura ! El autobus que te lleva antes del amanecer sobre las piedras vetustas, humedas, entre traqueteos asmaticos del motor y rechinar de ruedas demasiado viejas. A tu alrededor el ruido se va desvaneciendo a medida que los colosos aparecen ante ti, apoyados junto al muelle como gigantes dormidos. De sus costados se prolongan estachas, telas de araña que extienden los dedos del buque sobre negros norays que son comas en el muelle. Y la plancha del portalón, esa lengua de acero sobre la que rebotan nuestras botas según subimos y formamos en cubierta de vuelo, listos para presentarnos a la dotación del buque.
Soy turista y me siento extraño. Caras desconocidas, acentos extraños, formas curiosas. Pero una vez empieza el movimiento es como siempre y como nunca. Te pican las manos, quisieras estar ahí siendo protagonista de la magia. Y a medida que te alejas de costa y vas viendo pasar las colinas y la ciudad se va haciendo más pequeña recuerdas y es como si nunca te hubieras ido. Y una parte de ti, esa parte de ti que aulla en los conciertos, que te hace sonreír cuando vas a toda velocidad, esa parte de ti que se crece ante los desafios y que siempre quiere más, más, se despereza en tu interior y pega las primeras dentelladas.
Y una cosa sucede a otra y todo es nuevo y distinto y a la vez igual. Pero cuando consigues un rato y ves la maniobra, el mundo vuelve a ser maravilloso. Los rociones de espuma saltan sobre la cubierta y hay gente que se mueve como patos en una bolera y gente que se mueve como leones en la sabana. Y el viento te quiere quitar la gorra y tu quisieras que te quitara entero y te hiciera volar, lejos, muy lejos. Allá a cincuenta o cien metros está el otro coloso y por la otra banda el otro coloso. Cables os unen y el cabeceo del buque, ese movimiento engañosamente lento que alza olas a babor y estribor te hace sonreír. ¿ Cuantas horas has pasado mirando precisamente eso ? ¿ Y cuantas te quedan por pasar? El mundo es una estela gris que se pierde a lo lejos y estáis en medio de la nada, o quizás a cinco minutos de costa, pero da igual porque eres tu como no lo has sido en mucho tiempo. Y sonríes al que está a tu lado y te devuelve la sonrisa y todo ( ella o ellas, cuanto o tanto, eso o lo otro ) deja de tener sentido porque estás precisamente aquí, precisamente ahora, y no cambiarías este momento por ningún otro del mundo.
Acaba el día y vais entrando. Y no te das ni cuenta, porque estás en las entrañas del coloso, trabajando con numeros y ordenadores y papeles. Y cuando os vais, caminando sobre la lengua de acero sin mirar atrás, hay una parte de ti que se queda y que te espera allí. Y sonríes en tu interior, porque tanto esa parte como tu estáis esperando vuestro próximo encuentro. Porque puedes caminar todo lo que quieras tierra adentro, pero no puedes alejarte del mar que está dentro de ti.

martes, 31 de julio de 2012

Y se arria la bandera


Aunque sabes que no es un adios, sino solo un hasta luego. Hay formaciones, limpiezas, ordenes, discursos. Hay mucho ruido y pocas palabras, hay muchos gestos y ningun sentido. Hay una sensación inquietante de vacio ante el salto a lo desconocido que llega.
Y sin embargo te quedas con los buenos momentos. Con la gente que ha supuesto una diferencia y a la que volverás a ver dentro de un mes, pero quieres volver a ver incluso antes. Con esos esfuerzos que has hecho, que te han roto por dentro y por fuera, y que sin embargo no te importaría volver a hacer. Si. Eres un bicho de periodos.
¿ Y qué queda ahora ? Ese gran abismo que es tu vida personal, esa busqueda continua, esa incertidumbre. Vivimos entre la seguridad y la libertad. Pero ahora no quiero pensar en nada. No quiero vivir. Acabo de soltarlo todo y solo quiero llenar mis pulmones de aire, de ese aire agridulce y aspero. ¿ A qué sabe ? Sabe a noches en velas, a conversaciones con desconocidos, a soledad y tristeza, pero también sabe a risas, a conocimiento, a inquietudes. Sabe a vivir, más allá de la misión, más allá de las obligaciones y de las necesidades. Sabe a vivir por el placer de vivir, sin preguntarse nada.
Gracías. Gracías por todo.